Una de las cosas que más se dice —y que yo mismo he dicho muchas veces— es eso de:
Correr es terapia.
Y oye, correr ayuda.
Te da perspectiva, te ordena la cabeza, a veces incluso te da buenas ideas o te trae respuestas.
Pero terapia no es.
De hecho, puede convertirse en una excusa para no pedir ayuda.
O para evitarla.
¿A qué me refiero con esto?
Pues que correr se siente terapéutico.
Limpia la cabeza, te mete un chute de endorfinas.
Te da estructura, rutina… y esa sensación de control cuando todo alrededor parece un desastre.
Es como si dejaras los problemas en la puerta.
Sales, corres… y durante un rato parece que desaparecen.
Pero siguen ahí, esperándote en la entrada.
Y eso, amigo, es una trampa.
Porque parece que estás gestionando lo que te pasa, pero en realidad solo lo estás aplazando.
Lo anestesias un rato… pero no lo resuelves.
No quiero ser aguafiestas, de verdad.
Correr mola. Mucho.
Yo he construido gran parte de mi vida alrededor de esto.
Pero hay una línea fina entre usar el running como ayuda… y usarlo como única vía para lidiar con el mundo.
La diferencia está en la intención.
La terapia busca ir al fondo.
Correr, en cambio, ayuda a gestionar.
A calmar. A ver con otra mirada.
Pero no va al origen del problema.
Y eso hay que tenerlo claro.
Porque correr puede ayudarte a sentirte mejor, pero no es la única herramienta.
Y si lo convertimos en la única… estamos dejando muchas cosas sin resolver.
Y esta chapa te la suelto porque últimamente lo veo mucho por redes.
Eso de “correr como terapia”.
Y no.
Ayuda, sí. Pero no lo es.
Y tú, querido corredor…
¿crees que correr es terapia o más bien un cable para gestionar el día a día?
Escríbeme y cuéntamelo a hola@correr.run
Me encantará leerte.
Que pases un gran día,
Mariano
PD: Correr es potente. Pero si sientes que te pasa algo más profundo… recuerda que está bien pedir ayuda. Lo uno no quita lo otro.
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