Estoy seguro de que cuando empezaste a correr…
correr ya era un sueño.
No hablo de ritmos.
Ni de series de mil.
Ni de planificación ni objetivos.
Hablo de eso de ponerte unas zapatillas y salir.
Sin más.
Al principio, era solo eso:
· Sentirte fuerte
· Sentirte capaz
· Sentirte tú
Y ese día —aunque quizá no lo supieras— te hiciste una promesa.
Una muy personal.
Algo así como:
“No voy a rendirme. Voy a mejorar. Voy a cuidarme.”
Pero claro, luego vinieron los días duros.
Los entrenamientos que no salen.
Las lesiones, las comparaciones, las dudas.
Esos momentos en los que piensas:
“Igual no estoy hecho para esto…”
Y justo ahí, cuando más lo necesitas, te toca acordarte de ese tú del principio.
El que salió torpe, con miedo, con vergüenza.
Pero con ilusión.
Con una motivación que no venía de Strava ni del reloj.
No entrenas solo para bajar segundos.
No corres solo para tachar planes.
Corres para cumplir la promesa que te hiciste.
Aquel día que saliste por primera vez y sentiste que esto era para ti.
Aunque costara. Aunque doliera.
No hay medalla más valiosa que mantener la palabra contigo mismo.
No hay victoria más íntima que serle fiel a ese yo que empezó con todo en contra y decidió salir igual.
Así que cuando te falten ganas, cuando no veas avances, cuando todo pese más de lo normal…
acuérdate de él.
De ese tú del pasado.
De esa promesa.
Y sal.
Aunque sea sin ganas.
Porque no es el día perfecto lo que te hace corredor.
Es no olvidarte de por qué empezaste.
Que pases un gran día
Mariano
PD: Hoy no es solo un entrenamiento más. Es una forma de no fallarte. Aunque sea con zancadas pequeñas.
Únete a la newsletter que leen cientos de corredores populares
Motivación diaria en tu buzón para correr más y mejor