No sé a ti, pero a mí me ha pasado más de una vez.
Salgo a rodar suave. De tranqui. Un rodaje «de chill», como dicen ahora.
Lo tengo claro. Me digo:
“Hoy a disfrutar. Sin mirar el reloj, sin apretar. Solo fluir.”
Pero claro…
Primer kilómetro y ya estoy mirando la muñeca.
“Voy bien, voy bien…”
400 metros más tarde… otra miradita.
“Uyyy, igual voy lento… voy a apretar un poco.”
Y sin darme cuenta, se acabó el rodaje suave.
Ahora estoy obsesionado con el ritmo de carrera.
Y vuelta a empezar: miro, ajusto, aprieto, vuelvo a mirar…
Porque sí: el GPS es una herramienta cojonuda.
Pero eso: una herramienta.
No un juez.
No un entrenador.
Aunque a veces se sienta como uno.
El problema es cuando deja de ayudarte… y empieza a mandarte.
Y más ahora, que es verano, que no hay presión, que los objetivos están lejos.
Es el mejor momento para soltar un poco. Para escuchar al cuerpo. Para fluir.
Correr sin mirar el reloj no es un capricho.
Es una forma de reconectar contigo.
De correr por sensaciones, no por números.
De enseñar al cuerpo a regularse solo.
Y lo mejor es que, cuando de verdad sueltas… te sorprendes.
Vas más rápido de lo que creías.
Fluyes más.
Y no te autolimitas con ritmos preestablecidos.
Porque no todo se mide con el GPS.
No todo se controla desde la muñeca.
Y desde luego… el progreso no se persigue con el pulgar pegado al botón del reloj.
Y tú, querido corredor…
¿Te has visto alguna vez más pendiente del reloj que de ti mismo?
Escríbeme y cuéntamelo a hola@correr.run
Que pases un gran día,
Mariano
PD: Un consejo: sal un día sin mirar el ritmo. Solo por sensaciones. A ver qué pasa. Igual te sorprendes. O igual, por fin, disfrutas de verdad.
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