Uno de los problemas que tenemos los corredores es que queremos medirlo todo.
El ritmo.
La inclinación.
Las calorías.
Los kilómetros.
Y claro… tanta información abruma.
Llega un punto en el que se vuelve una dependencia.
Nos volvemos yonquis de los datos, las gráficas, las estadísticas.
Hasta el punto en que casi —casi— el GPS nos dice cómo nos sentimos.
Cuántas horas tenemos que descansar.
Qué deberíamos hacer.
Como si tuviéramos que darle explicaciones al reloj.
Más de las que se merece.
Y mientras tanto, hay corredores que no corren…
Se examinan.
Cada zancada es una prueba.
Cada entrenamiento, una competición encubierta (contra sí mismos).
Y el final de cada sesión depende de lo que diga el reloj.
Porque muchas veces pensamos:
—“Hoy fue un desastre”, si el ritmo fue más lento.
—“Estoy que me salgo”, si salió bien.
—Y si el GPS se colgó… entonces hablamos de drama nacional.
¿Te suena?
El problema no es usar tecnología.
El problema —¿sabes cuál es?—
es necesitarla para validar tu progreso.
Y no.
No todos los días son para batir tu récord personal en Strava.
A veces hay que desengancharse.
Mirar menos el número.
Y más las sensaciones.
Cómo responde el cuerpo.
Cómo respiras.
Cómo te sientes.
Porque:
El GPS no sabe si dormiste bien.
El GPS no entiende tu estrés.
Y el GPS no va a adaptar el entrenamiento por ti.
Por eso, si puedes, haz esta prueba:
Corre sintiendo.
No midiendo.
Y si el reloj no aplaude, no pasa nada.
Porque el que tiene que mejorar eres tú.
No tu app.
No tu dispositivo.
Tú.
Escucha más a tu cuerpo.
Y menos al reloj.
Y tú, querido corredor…
¿lo estás escuchando?
Escríbeme y cuéntamelo a hola@correr.run
Que pases un gran día,
Mariano
PD: Si no sabes por dónde empezar, elige un día a la semana para salir sin reloj. Sin ritmo. Sin presión. Solo tú y tus piernas. Hazlo tres semanas seguidas y luego me cuentas.
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